martes, 21 de julio de 2009

NO SOY ALTO, GÜERO NI DE OJOS AZULES...

Esa posición de intolerancia y racismo, no de forma abierta, sino en la medianía, como si fuese resuelta por su propia mediocridad parece estar aun presente en muchas personas, en muchos mexicanos.

Tiene ya casi 7 años cuando comenzaba mi búsqueda laboral, en un México que creía en el cambio, y en el mesianismo con botas, triste realidad unos años después. El hecho es de que apliqué en una empresa multinacional, de esas que predican ser con sus productos la salvación del mundo, casi una nueva religión, y que por ética omitiré el nombre. Cuando me llamó la "Licenciada" de Recursos Humanos para agendar una entrevista me pidió le respondiera algunas preguntas a lo cuál accedí, sabiendo que corroboraría datos de mi CV que previamente había enviado. Comenzó con mi edad, mi estado civil, mi último nivel de estudios y cuando creí que finalizaba, me preguntó- ¿De qué color es su tez?- Me quedé perplejo, fue una pregunta molesta y francamente inoportuna. Y como me sucede muy frecuentemente, no me suelo quedar callado... le respondí con una afirmación que sonó a reclamo: "No soy alto, güero ni de ojos azules..." No recuerdo como terminé la llamada el hecho es de que por obvia razón no me dieron la entrevista prometida.

Bueno el hecho es de que en pleno siglo de la tolerancia desmedida, del respeto a las diferencias, de las emociones programadas de Televisa con su Teletón, etc. Aún muy en el fondo mucha gente sigue teniendo ciertas fobias raciales, ahora transformada con el "adorno" a su ambiante de trabajo, puesto que todos en una empresa deben cumplir con cierto perfil físico, los detalles profesionales pasan a un segundo plano.

El racismo y la intolerancia siguen haciendo mella en muchos, aunque les duela admitirlo, porque en un discurso abierto la condenan pero es la comidilla en las reuniones de gente "chick" cuando alguien "prieto y feo" aparece en la escena. Satanizamos hoy a quién se dice racista pero en México como muchas cosas, aún para admitir nuestros errores somos mediocres. Triste verdad.

Lo cierto es que me desperté con esta vivencia en mi cabeza y no quise dejar pasar la oportunidad de contarla tal vez para exorcisar mis propios demonios.

Seguimos leyéndonos.

Luis E. Olivares

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